sábado, 11 de agosto de 2007

PETRA SAVIÑÓN: Valentín Amaro, sembrador de versos


Verdinegra y alborotada, exactamente así, como el verso con que inicia el poema Adán es la poesía de Valentín Amaro, textos que se plasman en un juego de palabras en el que se mezclan el tedio y el cansancio con toques de dulzura y sublimidad.

Por un lado, es el poeta que se mira a sí mismo desde el fondo de sus ojos, con todas las angustias a cuestas, por el otro, el hombre que no lograr desasirse del niño que pide a gritos dejar oír sus voces.

La tristeza y la alegría que marcan su canto tienen en común que están atadas a la sublimidad y a la sencillez que se vuelven descomplicadamente profundas en sus manos.
En el temblor de las visiones es un libro que deja a Amaro en la desnudez total cuando dice, por ejemplo “Hoy mis pies no responden las frases aprendidas no resultan y mi tímido y triste andar no me salva”.

De esa manera, describe un estado en el que la impotencia se hace dueña y a la que nada se le reclama, porque a veces no hay tiempo ni ganas y porque las fuerzas fallan, como en estos versos: “El hombre una casa viva y vacía un silencio pesado como el mundo”.

Esa agonía también sabe dar paso a la ternura: “En este absurdo de mis horas/ me duermo con mis lunas y sueño”.

© Petra Saviñón
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miércoles, 8 de agosto de 2007

De una costa a otra: La joven literatura puertorriqueña y dominicana


Por Ángel Matos.

Un día, un sentimiento salvaje, inesperado, indiscriminado, tocó las fibras de mi virgen corazón que comenzaba a darse de cuenta que ya no era niño y nació la palabra. Luego, el tiempo me fue llevando, las palabras invadiendo, y conceptos como tiempo, fe, libertad, fronteras, nación, hombre, Dios, inclusive ese inciso sentimiento que alguien luego me dijo que se nombraba con la palabra amor. Entonces, un día, la neblina de mis ojos se esfumó y ese día mismo día me miré desnudo, lleno de letras que se iban conjugando y me di cuenta que era escritor, sin que nadie me nombrara, sin que nadie me tuviera, sin que nadie, ni yo mismo, me tuviera.


Entré a la universidad. Siendo un joven ansioso y vicioso de mirar y de sentir, se me fue acercando gente aún no sé ni por qué. Entonces, nos dimos de cuenta que algo nos unía, que algo nos había juntado y era una pasión por el arte de juntar letras, palabras, líneas y éramos anónimos escritores; de esos que tienen las libretas masacradas de letras solitarias, instantes, íntimas en las cuales se nos fugaban sentimientos, ideas y lenguajes comunes. Así la cafetería de la universidad se volvió lugar de encuentro y cada vez más se nos fue juntando gente; se nos fueron juntando otros y otros. Luego, la universidad y salón de clase se me hizo pequeño y me lancé del campo en donde estaba la universidad, a la ciudad, a la urbe, a la selva de concreto. Entonces, en ese lugar encontré ecos y mi voz tomó otro tono, otra temática, otra textura. Y mi voz, entre esos edificios, entre los adoquines, entre los deambulantes, entre los olores particulares, encontró compañía, espejos, siluetas que acompañaron la mía, voces que poblaron la mía. Ese día miré mis palabras, las de ellos; repasé mis estudios de literatura, y me di cuenta que otra cosa se iba fraguando en cada rincón de una isla que alguien en algún momento llamó Puerto Rico.


Así me fui involucrando y gente se fue involucrando en mí. Participé de actividades, comencé a crear actividades en grande y fui conociendo gente de mi edad o cercana y me fui enamorando de sus textos, de sus modos de decir, de sus formas de mirar y mirarse, de sus textos y contextos. Igual me comenzaron a mirar escritores mayores, esos que uno admiraba de sus clases de literatura y que ahora te tocaban y los tocabas en carne, en palabras habladas, en miradas cercanas. Ese contacto me fue nutriendo muchos de ellos para bien y otros no tantas, pero genial todo. Una noche, luego de una velada larga e intensa, en alguna cama de algún hospedaje universitario, estiré mi mano y chocó con un libro: Las palabras del árbol de Elena Poniatowska, cartas que se carteaba con Octavio Paz; ahí unos versos cambiaron para siempre mi mirada y al otro día, cuando me recuperé de la noche, salí corriendo a la biblioteca y comencé a digerirme al gran escritor mexicano; entonces ya no pude ser el mismo escritor ni el mismo hombre.


Un día de esos y lleno de tecnología, conociéndome y mirándome hijo de la tecnología y de la informática, me dio con crear una página web para publicar e importar y exportar la joven creación literaria que se estaba haciendo en Puerto Rico; de ahí nació mi página En la Orilla (http://www.enlaorilla.net/). Con su publicación virtual, se fueron acercando cada vez más otros jóvenes escritores y mi vida de bohemio en noches de poesía me acercó a otras voces que fue seduciendo para formar parte de este proyecto. Eso me hizo ir pensando qué nos unía, qué buscaba en un escritor joven, quiénes y cuántos seremos, qué trabajamos, qué somos, qué nos da identidad.
Con el tiempo, con el fluir de la vida, esas respuestas fueron tomando forma, identidad, consistencia. Para ese tiempo ya una serie de escritores contemporáneos comenzaban a abrirnos paso, sobre todo Raúl González, mejor conocido como Gallego, y Guillermo Rebollo Gil. El éxito editorial de ellos, la proliferación de noches de poesía, el acercamiento que se dio entre poetas jóvenes de Puerto Rico y Nueva York, el auge de Internet y de correo electrónico, cierto feeling que dio el cambio de siglo, la avalancha de información por todos los medios, la aceptación y explosión de géneros musicales hasta entonces socialmente marginados como el rap y reaggueton, inclusive en el arte con los grafiteros, la ruptura con las tradiciones y la coincidencia de que casi todos seamos escritores con alguna preparación universitaria, aunque no necesariamente en literatura; y la realidad literal y metafórica de vivir en una Isla del Caribe que marca nuestros textos y nuestra identidad y en la cual vive en concubinato lo real maravilloso con lo maravilloso de lo real. Entonces, nos comenzó a unir la experiencia de simplemente ser, de cada cual tener una identidad, una forma de expresión consistente y darnos cuenta que aún sin conocernos, nuestros trabajos conversaban; la aceptación de la diversidad y el tratamiento de ella lo cual nos unió también temáticamente; la aceptación de nuestra condición de escritores marginados por nuestra edad y por lo que decimos, y la tolerancia y amigabilidad con escritores de generaciones que nos precedieron y quienes nos aceptaron y son maestros, amigos y colegas.


La literatura actual y joven puertorriqueña es protagonista y protagonizada por anónimos cada vez más conocidos; es decir, de nombres que se escuchan en suburbios de los lugares en donde el arte está y llega. Sobre todo, esos nombres resuenan en lugares marginados en donde la joven escritura ha encontrado espacio de exposición y encuentro como barras en las cuales se hacen noches de poesía o por los callejones en donde la gente se reúne a compartir la intensa experiencia de estar vivos; ya no la academia. Respecto a la academia, ha perdido ya su importancia como punto de fomentación de los escritores y queda básicamente limitada a se un lugar de “comemierdería intelectual” que hace a veces encuentros de escritores disque para estar a la vanguardia y buscar ser protectores del conocimiento universal y censores de la estética que debe regir el arte. Es una literatura que trabaja para y desde los espacios cotidianos. Que escribe con conciencia de la marginación y por lo tanto, escribe con una mirada desde el suelo y con un discurso sincero, efervescente, con sorprendentes peripecias lingüísticas y con una expresión sencilla sin caer en lo simplista. Hablamos de una literatura escrita por jóvenes educados, con una educación que no se limita a la educación universitaria, sino el hambre de aprender y de leer que nos lleva a devorar textos, a comentárnoslos entre nosotros mismos y a asimilar las lecturas que hacen. Es un grupo que se conoce, que se comunica, que se lee entre sí mismos; que reconoce y valora la diversidad; que se puede encontrar fácilmente ya que son accesibles, tangibles y muy humanos, que se comunica por lo general entre sí ya sea por correo electrónico o teléfono. Una literatura que no tiene pretensiones pedagógicas o moralista, sino simplemente señalar desde un Yo íntimo y parte de un todo. Es una literatura y unos escritores sin fronteras y sin límites que acepta corrientes de afuera y que tiene especial mirada a los compañeros nuyoricans. Hablamos de unos escritores que hacen de la vida poesía y de la poesía vida.


La poesía joven de Puerto Rico tiende puente con Santo Domingo. Esa literatura confesional, íntima, con toque social, con mirada globalizada, con presencia y esencia, de tendencia a la izquierda, de mirada punzante, de discursos plurales y constantes, de ver el mundo como la gran isla en el Universo y de vernos como parte de un todo que es cada vez más complejo. Así nos abramos desde el espacio que lo virtual nos ha permitido con poetas tan importantes como Marivell Contreras, Rey Andujar, Patricia Minalla, Mateo Morrison, José Mármol, Valentín Amaro, Argelia Aybar, Taty Hernández, Carmen Pérez, entre tantos otros. Nos leemos, nos entendemos, nos abrazamos en palabras; extinguimos fronteras con palabras, con planes comunes, con deseos de crear y siendo cada uno un ente único. Cada cual en su acento, nuestras literaturas son constantes, corrientes, compartidas, irreverentes a los cánones. Puerto Rico y República Dominicana estamos abrazados y hermanados por la historia, por el Caribe y ahora por una generación de escritores sin fronteras mentales, ni físicas ni ideológicas. Nos une un mar, una historia, una sangre, una base musical y una emigración tan legal como ilegal entre una isla y otra, en cuerpo y palabras. Cada día me doy cuenta que la tierra de don Pedro Mir y de Palés Matos son la cuna del gran sancocho caribeño que nos reúne y une aquí y ahora, ayer y allá, mañana y donde sea, con un mismo idioma y una misma palabra que nos hermana e imana. Así es la vida.