Por Nan Chevalier
La personalidad afable,
conciliadora y formal de Valentín Amaro no refleja a carta cabal el contenido
de sus escritos, en los que la libertad creativa se impone sobre las convenciones
sociales. La mejor forma de confirmarlo es leyendo su libro Mariposas negras. Trece cuentos lo
conforman, diferenciados por la
variedad temática y, a la vez, unidos por los procedimientos estilísticos que
definen su universo narrativo. Así, hallamos expectativas de carácter policíaco
en “El turno”, cuento con desenlace sorpresivo, característica de la narrativa
policial y de suspenso. Desde Edgar Allan Poe y John Le Carré hasta Manuel
Vásquez Montalbán y Raymond Clandler; desde W. W. Jacobs hasta Santiago
Roncagliolo, el cuento policíaco y el de suspenso, con sus variantes, buscan la
sorpresa final en la resolución del nudo narrativo. Valentín alcanza ese
objetivo en “El turno”; desde el inicio, el narrador genera la intriga al
ofrecer datos incompletos que fuerzan al lector a ir atando cabos para
reorganizar la historia: “Desde la quinta de aquel edificio se observaba la
avenida. Ledesma nos había dicho: ‘Lejos de aquí. Me esperan, que yo volveré en
dos o tres horas’. Éramos Cesáreo, Laura y yo. Me apartó a un lado para decirme
varias cosas.”[1]
La historia está resumida en ese primer momento, en forma de clave, pero el
lector tendrá que hurgar hasta el final para conectar los detalles sueltos.
La sátira política cargada de humor negro es diferenciadora del cuento “Caravaneando”;
sátira que recoge el ambiente electoral dominicano, con sus singularidades y escenas
inverosímiles. El ser dominicano puede ser estudiado a través de esa vitrina de
transparencias que es el proceso electoral, con sus falsos ídolos, el lambonismo local y, por supuesto, los
amores furtivos que en ella se fraguan, como ocurre en “Caravaneando”: “A
Julia, la conocí en una caravana del partido. Era una de esas tardes de mayo en
que la campaña por la presidencia llegaba a su fin.”[2] El
asunto es que Ernesto se enamora y sostiene una relación con ella pero, sin
motivo aparente, Julia lo abandona y se marcha con un joven haitiano, al que
supuestamente ella le temía.
Sin acudir a reflexiones de carácter filosófico —porque no estarían
acorde con la intencionalidad de las narraciones—, Valentín Amaro expone
diferentes aspectos de la condición humana, tema frecuente en gran parte de los
escritores de diferentes épocas. En ese sentido, el
estudioso español Antonio García Berrio precisa: “La representación de la
condición humana bajo una forma paródica es una de las transgresiones a la
retórica narrativa común a escritores tan diversos como Kafka, Beckett y
Nabokov.”[3] A veces tales parodias se
nos presentan a través de las relaciones amorosas.
Pero las historias de amor que Valentín Amaro erige no se limitan a descripciones
ingenuas, porque trascienden la anécdota contada, y nos dejan el sabor amargo
de la desesperanza. Cuando la relación va en su mejor momento, emerge el germen
de la desgracia: “Unos días después Emilia desapareció. La busqué por toda la
zona, durante muchos días pregunté por ella a los camaradas, pero no conseguí
respuesta. En una, él no aguantó más y me lo dijo: no la busques tíguere, hace semanas que vive conmigo.
Ahora es mi mujer. Sin pensarlo, le fui encima y le partí la boca.”[4]
Amaro posee una visión madura sobre el amor; en ocasiones nos hace
recordar las reflexiones de Leszek Kolalowski, en su ensayo “La presencia del
mito”, sobre todo cuando Kolalowski escribe: “el amor es el anhelo de superación total de la distancia a lo amado, es
decir, el anhelo de unificación plena. Por tanto, contiene la experiencia de la
separación insoportable, la esperanza de suprimir la separación y la necesidad
de sacrificarse hasta la disolución.”[5] Ese anhelo de superación
total aparece, con diferentes matices, en los cuentos “Mariposas negras”, “El
delívery”, “De gatos y sombras”, y “Aquí estoy, señora, mande usted”. Atravesadas
por el humor negro y la ironía, las historias presentan el amor desde la
distancia de aquel a quien ya nada le sorprende, quizá porque “El amor,
mientras dura, sólo puede ser una espera, renovada de continuo, en movimiento,
nunca el sentimiento de satisfacción.”[6] Lo interesante del
tratamiento que Amaro da al tema amoroso es que no pretende arengar, sino que
el lector tiene que deducir a partir de la conducta de los personajes.
Los personajes viven el instante, a veces azaroso, se sumergen en el mar de
pasiones sin otra arma con la que defenderse que la pura satisfacción; como
diría Kolalowski:
[…] el amor es
una relación carente de recuerdo y proyección en la que tiene lugar la
absorción total por el presente, la exclusión de cosas pasadas, definitiva
despreocupación en relación al futuro, la carencia de escrúpulo,
arrepentimiento, espera, temor, en una palabra, carencia de todos los afectos
dirigidos hacia adelante o hacia atrás en el tiempo: la exclusión del vector
temporal de la vivencia del mundo.[7]
Aunque varios cuentos tienen el tema del amor como eje central de la
historia, se diferencias en el tratamiento que el autor aplica a cada uno; por
ejemplo, en “Mariposas negras”, cuento que da título al libro, nos enfrentamos
a la traición amorosa; y a la renovación del amor en “El delivery”, cuento que,
narrado en segunda persona, recoge la cotidianidad de la clase baja y media
dominicana actual: “El delivery no sabe, no sospecha tus miedos cuando trae las
cosas que ahora pides diariamente al colmado, solo para verlo de cerca […],
escucharlo decir: Que tenga un buen día,
señora.”[8] Por supuesto, el personaje de gorra y motor de bajo
cilindraje que es el delivery dominicano acabará en la cama con la señora. Ese
salvaje no refinado (parafraseando a José Alejandro Peña) la hará feliz a lo
bestia.
Los pasajes de violencia sexual están presentes en “De gatos y sombras”;
mientras que la venganza sentimental aflora en “Aquí estoy, señora, mande usted”;
y el comunismo solapado, ligado al desengaño amoroso, es tema en “Decisión. Este
cuento realiza un breve recorrido por la mentalidad de un personaje que prestó
sus siniestros servicios a la Banda Colorá durante los doce años de gobierno de
Joaquín Balaguer y que en el presente es torturado por su propia paranoia, como
percibimos en el siguiente fragmento: “Pero en el 78 todo se vino abajo.
Llegaron los blancos con su aire de libertad y mucho hablar y fui
de los primeros que dieron de baja. Pensé que había pasado al anonimato, pero
no. Una periodista de apellido Pereyra dio conmigo y desde entonces siento que
mil ojos me vigilan.”[9]
Al igual que otros cuentos, la dominicanidad queda reflejada en “Esa
locura de azul”, narración en la que el fanatismo deportivo alcanza matices de
tragedia. El beisbol, deporte nacional, sirve de punto de partida para la
elaboración narrativa: “El juego casi empezaba y ahí estaban otra vez todos de
azul en su algarabía, como locos. Tambaleándose, mi primo gritaba: Licey campeón, Licey campeón. No sé de dónde salió la botella que explotó en la
cabeza de mi primo.”[10]
En la cuentística hispanoamericana los temas deportivos, específicamente el
beisbol, han sido trabajados por escritores notables de los países donde se
juega más ese deporte: Nicaragua, Cuba, República Dominicana, Venezuela y
México. También se juega con fervor en Puerto Rico. Uno de los narradores que han
escrito ficciones sobre el tema es Sergio Ramírez en El centerfilder y en Catalina
y Catalina. El texto “Esa locura de azul”, de Amaro, se sitúa entre los
buenos en relación con la temática deportiva.
Otro tema de actualidad (Internet
y los correos basura) constituye la base de “Spam”. El mundo no es lo que fue
hace unos años. En el Caribe, Internet irrumpe con fuerza en la década de los
noventas; pero esa década es prehistoria en relación con la compleja y rica red
comunicativa de la actualidad virtual. Amaro explora los aspectos positivos y
negativos de Internet en ese texto.
Por su parte, el recorrido a través de culturas y generaciones ocupa el
centro de atención de “Nimro”, narración en la cual los personajes se sitúan en
un viaje a través de la historia. Ese detalle la hace conectar con “Gadara”,
porque en ambos la anulación del tiempo pareciera ser el telón de fondo de los
personajes.
Lo sobrenatural está presente de manera sobrecogedora en “El galipote
del salto”. Al leerlo, recordamos textos como El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, y El diablo ronda en los guayacanes, de Sócrates Nolasco. El miedo
ante lo desconocido, ante lo extraño de la Naturaleza, sobresale en este tipo
de narraciones, en las que el lector asiste como una suerte de shamán de la
posmodernidad: dueño de la tecnología y el conocimiento que le aseguran que los
eventos sobrenaturales no tienen asideros reales, pero con el miedo primitivo
de nuestros ancestros.
La obra cierra con la narración “Parque Duarte”, en la que sobresalen
las reflexiones sobre nuestra cotidianidad citadina y la admiración ante los lugares
emblemáticos de la ciudad: “Es sábado y salgo a andar. Recorrer la ciudad sin
rumbo fijo. […] Porque Santo Domingo es un azar petrificado en lo más hondo,
azar sufrido e irredento. […] En una construcción recién iniciada hay haitianos
que usan ipods y edificios que parecen derrumbarse y sueños que se gastan en
las frías paredes y letreros casi borrados que dicen MVP y fundas repletas de
hollín y mierda y mujeres y chulos que merodean la zona esperando clientes que
llegan, que a veces no llegan.”[11]
Hay que subrayar que los
diferentes aspectos de la condición humana presentes en este libro logran su
efecto positivo debido a que, basados en un universo realista (con algunas
excepciones) alcanzan cierta ambigüedad semántica. “La ambigüedad artística y
sus poderes poéticos arrancan siempre de un fondo de actividad positiva,
individual o colectiva-histórica” —nos advierte García Berrio—, “y nunca de un
vacío absoluto del texto, de un espacio de carencia. […] Una iniciativa insensata,
estéril o sencillamente fraudulenta es representar los nuevos sentidos del mundo
inducidos desde los espacios del no ser del texto como emparentados con la
referencia del texto en cuestión.”[12] Lo que equivale a decir que cuando la ambigüedad semántica establece
su base en la fantasía, y no en la realidad, el texto resultante deviene
adivinanza, porque el lector no posee coordenadas para asirlo. Cosa que no
ocurre en el libro Mariposas negras;
antes al contrario: los cuentos Nimrod y Gadara se destacan por su dosis de
multiplicidad semántica sin poner en juego la verosimilitud argumentativa, vale
decir, sin fragmentar el efecto realista: “El efecto realista de la ficción soporta sin quiebras notables la
interferencia en el proceso objetivo de referencialidad de las propias
actitudes del emisor en su enfoque y
ajuste narrativo: perspectivismo, punto de vista, etc. Merced a esas
perturbaciones explícitas que evidencian los procesos de conciencia del
narrador, son a su vez posibles enfoques reveladores correspondientes al
espacio de la referencia.”[13] Es decir, “El efecto realista de la mímesis artística
nos ha conmovido siempre […] no en virtud del simple ejercicio de la
duplicación exacta, sino precisamente a causa de lo que en la réplica artística
hay de inasequible para el referente.”[14]
Mariposas negras
es, lo repito, un libro constituido por
originales historias, en las que la fluidez expresiva, los cambios de planos y
de puntos de vista[15] sobresalen
entre otros recursos estilísticos; cuentos diferenciados por la variedad
temática y, a la vez, unidos por los procedimientos estilísticos.
El humor, la naturalidad de los diálogos
así como la variedad de personas narrativas son otros rasgos diferenciadores de
Mariposas negras, libro en el que
Valentín Amaro sitúa la ciudad de Santo Domingo, vibrante, en el trasfondo de
muchas historias, con sus colmadones y barrios bulliciosos, sus lánguidos
amantes traicioneros e incorregibles gordas obsesivas. Es un libro interesante,
bien narrado, en el que cada historia transcurre vertiginosamente hasta el
final, y la mezcla de realidad con elementos fantásticos otorgan un valor
agregado a las narraciones. El libro se instala entre lo mejor de la nueva
narrativa dominicana.
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Referencias
Amaro, Valentín Mariposas
negras, Santo Domingo, Editorial Santuario, 2014.
Bal,
Mieke Teoría de la narrativa (Una introducción a
la narratología).
3ra.
ed. Trad. Javier Franco. Madrid,
Cátedra, 1990.
García
Berrio, Antonio Teoría de la literatura (La construcción del
significado
poético). 2da ed. (revisada y ampliada) Madrid,
Cátedra, 1994.
Kolakowski, Leszek La
presencia del mito. Trad. Gerardo Bolado,
Madrid, Cátedra, 1990, p.
56)
Marchese, Angelo; Diccionario de retórica, crítica y
Forradellas,
Joaquín terminología
literaria. Trad. Joaquín
Forradellas. 4ta ed. Barcelona, Ariel,
1994.
Verani,
Hugo Onetti:
el ritual de la impostura. Venezuela,
Monte Ávila, 1981.
[12] Antonio García Berrio. Teoría de la literatura (La construcción del
significado poético). 2da ed. (revisada y ampliada) Madrid, Cátedra, 1994, p.
378.
[15] “El punto
de vista es ‘el ángulo de visión’, el
foco narrativo, el punto óptico en que se sitúa un narrador para contar su
historia (Bourneuf-Ouellet, citados
por Marchese-Forradellas, en Diccionario
de retórica, crítica y terminología literaria, p.337).